La ruta conservaba su aspecto: suelo
cubierto de hojarasca, variante en ancho cada cierta distancia, y con troncos,
ramas y piedras yacidos regularmente. Pero, la vegetación de los lados se
fue haciendo diferente, a medida que nos dirigíamos a la cascada del
Shilcayo. La flora, en su mayoría, era más salvaje mientras
seguíamos adentrándonos en la Cordillera Escalera. Todo se hacía más espeso
a los costados, hasta donde nuestra vista podía alcanzar (excepto a la
diestra). El camino no tardó en inclinarse un poco hacia arriba,
pero —como ya recordé en aquellos instantes—, el ascenso duraría sólo
unos cuantos segundos, y luego el terreno seguiría casi horizontal.
Acerté de nuevo. A la derecha, diez metros debajo de
nosotros, corría inapreciable el río. En la superficie del declive, crecían
torcidas todas las plantas, las que contaban con hojas y tamaños muy distintos
entre sí. Hacía rato que no nos topábamos con la presencia humana, pero sí en
determinadas veces oíamos el sonido de machetazos y cortes procedentes de
alguna parte de la floresta. Aún por estos sectores, varios campesinos
tenían sus fundos o chacras en los que sembraban hortalizas en mitad del
bosque, tratando de no dañar tanto el ecosistema de la Cordillera Escalera,
cuyos límites circundaban muchos villorrios.
Volvimos a detenernos por unos instantes para que
Cayo se amarrara los pasadores. Mientras lo hacía, me asigné el trabajo de
filmar, siquiera, dos breves escenas en donde no figurase para nada, ni en
cuerpo ni en cara. Encendí la cámara, grabando primero al borde del sendero por
el cual se veía al Shilcayo a unos metros debajo, que a esa
altura de su curso distinguía un color a arcilla semi-clara. No obstante, el
objetivo principal de la toma eran unas plantas muy conocidas y útiles
en la selva del Perú y en pueblos de Latinoamérica: el bijao; pues las
hojas de esta planta, en forma de grandes espátulas, se usan en las
fiestas tradicionales y religiosas de San Juan (el 24 de Junio) en decoro a
Juan Bautista, familiar de sangre de Jesucristo. El bijao sirve
para envolver al juane, una comida típica en los departamentos de la región
Selva peruana. El juane se parece a un tamal con el triple en dimensiones,
cocinado a base de arroz, huevos, gallina, comino, ajos, orégano, entre otros
ingredientes que hacen de este plato una delicia para cualquier paladar…
Pronto de que enfocara la reunión de bijaos, giré el dispositivo hacia Micky y
a mi primo que comenzaban a moverse, el primero delante del otro.
Cuando ambos me dieron la espalda, siguiendo
la caminata, apagué la cámara y la metí en su estuche. Anduve por
detrás de mis compañeros hasta que el terreno se hizo desnivelado y nudosas
raíces y troncos estorbaban el sendero. Desde ese pequeño tramo, antes de
llegar nuevamente a un vado del río, me mantuve en el centro de la fila. El
ambiente se hacía más velado, pero seguía vivo el espíritu de tomarnos unas
fotos, por lo que Cayo y Micky fueron los primeros en acomodarse,
sentándose en las raíces de un árbol a medio caer. Luego, el menor de los
tres se retiró del cuadro y nos inmortalizó a mi primo y a mí con el aparato.
Las imágenes —cómo no— salieron borrosas pero identificables. El de la cámara
letal me devolvió el dispositivo, y todos continuamos la marcha,
mientras que el viento sopló con más fuerza y el olor de la lluvia empezó a
penetrar más en nuestras fosas nasales. Durante el paso del Shilcayo —en el
que a los muchachos supuestamente les importaba un bledo mojarme la ropa— unas
gotitas del ancho de alfileres se sintieron caer del cielo de modo muy suave.
Eso era un buen indicio. Pues no llovería a torrentes, según conocía las
características del clima y el tiempo de mi región. Y de inmediato pensé: “Pero
porqué rayos deberían saldar cuentas conmigo los chicos, si ya dentro de pocos
minutos los tres estaremos regados con el agua condensada de las nubes”. En ese
momento no sabía que por la mente de los taimados corrían pensamientos muy
distintos a los míos. Hasta que cruzamos por completo el
“río-riachuelo”, otra vez por encima de las piedras (ya no tan
resbaladizas por ahora), las gotas aumentaron en número y tamaño. Y
hasta que estuvimos en la orilla opuesta, la llovizna nos visitó de lleno.
La espesura del techo boscoso nos cubría entre un 50 y 60 por ciento, así que
nuestras ropas y cuerpo se mojaban apenas. Sudaría casi nada a partir de ese
entonces a la vuelta a casa, en cambio, pese a eso, el contenido de la botella
seguía “vaciándolo” a mi estómago. Mi primo, que iba delante, nos arrojó sendos
caramelos de limón y mandarina (una pequeña dosis de calorías). La hora
del almuerzo nos agarró en tanto aún caminábamos, sin llegar a nuestro destino,
la primera cascada del río Shilcayo. Y gracias a Dios que los momentos no
sólo quedaron en el recuerdo, sino también en formatos .jpg y .mpg (de imagen y
vídeo respectivamente). ¡Ya! ¡Yo… explicando estas cosillas! En la era de la
información, no es necesario ser geek para saberlo.
El
ambiente se tornó más fresco, siendo el clima similar al de la costa marina en
la madrugada, en las zonas templadas. Recordé algo cuando acabé de darle la última
chupada a mi caramelo. Se los dije a los muchachos, dirigiéndome principalmente
a Cayo. Es una historia aparte (con mi primo), pero se las contaré de la forma
más corta posible, y en un párrafo de regulares líneas.
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