Luego de unos momentos y tras habernos fotografiado
de diferentes formas, me di cuenta de algo… y qué raro que Micky,
no. Un adolescente con gestos y rasgos femeninos estaba muy bien
acompañado en la orilla del río, en un espacio en el cual se
distinguía a las justas desde nuestra posición, por lo que pedí a los muchachos
que nos ubicáramos mejor, pero, discretamente. No piensen que me quería
pasar al otro bando… ¡No! ¡Ni en sueños! ¡Prefiero morir antes de patear con
los dos pies! No, lectores, el mariposón no era de nuestro interés.
Queríamos observar a una pareja de lindas señoritas bañándose en una
piscina natural. Pero, ya se estarán preguntando qué tiene de otro mundo
ser testigo de esto. Hasta ahí, suena normal. No obstante, si a esto le
agregamos el hecho de que las féminas no usaban simples ropas de baño, sino
unas tangas (hilos dentales) como legítimas brasileras en la playa, el asunto
cambia por completo. En la región San Martín, para los varones ésta es una
oportunidad en un millón y desperdiciarla es un “pecado”. Un vídeo
y unas fotos son las pruebas irrefutables de nuestra placentera estancia
en el lugar. Recuerdo que a Micky se le chorreaba la baba. Desde donde
espiábamos, era a la vez imposible que las nenas y “el de la espalda sudorosa”
nos descubrieran; incluso se veía tan confiadas a las chavas, quizás porque
varias plantas las cubrían. El instante cumbre llegó cuando terminaron de
refrescarse y se sacaron los “trocitos de tela” que tenían encima para vestirse
con su ropa de campo. El sujeto que las cuidaba no fue tan ágil en taparlas con
sus toallas y tragamos saliva al avistar voluptuosos pechos y
levantados derrieres. Se tendría que ser bien marica o abstemio
como para que no te animes con uno de estos monumentos de mujer. Lo que más me
sorprendió de esas bellezas es que daban la impresión de ser tímidas en
comportamiento, pero pescarlas con una ropa de baño que despertaban los
apetitos de los hombres, resultó antagónico.
Cuando todo el espectáculo a escondidas se
acabó, los tres proseguimos la marcha con las imágenes de los atributos de
las chicas grabadas en nuestra cabeza y en la memoria de la cámara. Al cruzar
nuevamente la corriente de agua, y después de haber dado por finalizada las
sorpresas en el día, un tercer ejemplar de hembra salió de la nada. La
vislumbramos a unos metros de donde estuvieron las anteriores, pero ahora, por
lo regular que caminamos y el giro que hicimos, se hallaba a mayor distancia y
al descubierto. Por desgracia, se puso una ropa de baño tradicional e iba junto
a un adolescente que parecía perro faldero. En el momento que éste le quitó la
mirada, fotografié a la joven con el máximo zoom y con Micky a un lado del
cuadro para disimular nuestro atrevimiento. Riéndonos, continuamos. El menor de
los tres hubiese seguido yendo por un ramal de la derecha, sino le llamábamos.
Más allá, filmé a Cayo pidiéndole que diga lo que sea. Se veía como el Chavo
del 8 jalándose las tiras del pantalón, sin saber qué decir. Obviamente, hubo
risas después de eso... No paramos de fotografiar y filmar. La
última de las grabaciones antes de llegar al ansiado destino fue al canto
de un pozo formado por una caída de agua de metro y medio. Alegre, en la escena
he anunciado que estaríamos en la cascada en menos de lo que canta un gallo.
Mientras el río Shilcayo, más veloz y
profundo, descendía por nuestra diestra, caminamos por una senda con rocas
repletas de musgo y agua corriendo por las grietas. Toda la vegetación se hacía
más compacta. Del cielo, ya no caía gota alguna, pero las nubes que se fueron
moviendo cuando descansábamos en el puesto de control, se quedaron casi
intactas por unos minutos. La temperatura ambiente rondaba entre los 20
y 23 grados Celsius. Aire puro y fresco para respirar. Estirándome el polo
por detrás, Cayo me pidió la cámara. Él no quería muchos vídeos, sólo fotos. De
forma voluntaria, se ofreció a filmarnos a las 6 en punto de la posición de
Micky y de mí. Ambos, parados sobre unas piedras envueltas de musgo (con
cuidado de no resbalarse) y manteniéndonos de perfil, mi primo comenzó a
grabarnos un tanto debajo de nuestra altura. “¡Listo!”, cantó. Al instante,
levantamos los brazos e hicimos un llamado de invitación, con las sonrisas
trazadas en el rostro. Reiteramos la marcha y el del aparato nos siguió; los
tres subiendo con suma precaución por las húmedas rocas. Lo que sucedió a
continuación fue grandioso. La primera cascada del río Shilcayo
acabó apareciendo ante nuestros ojos. “Ésa es”, ha sido lo único que pude
articular en esos momentos. Cayo tenía la lente dirigida a esta hermosa
caída de agua, Micky trotó hasta la orilla de la poza hecha por la cascada, y
yo, en cambio, me puse de pie a un lado de la toma en una improvisada parodia
de modelo promocional de sitios turísticos: un total bodrio. Incluso yo
mismo me burlo de la bufonada que osé realizar.
Antes de explicarles la leyenda que encierra
este paraje de la cordillera Escalera, haré una descripción de la
encantadora cascada y sus alrededores: Delgada y con agua brillosa,
este bello producto de la naturaleza desciende al ras de una pared de piedra de
un color a madera mojada. Más a los costados las briofitas y las epilípticas
crecían a sus anchas, cubriéndolo a la vez todo. Arriba, el agua venía en un
curso desigual y accidentado, con unos bordes muy resbalosos. En su poza
el líquido elemento se torna del color del ambiente, pues es como un espejo que
se puede ver el fondo, con una profundidad máxima de 2 metros en la parte
cercana en donde cae el agua directamente. El terreno que rodea todo es rocoso
y áspero, siempre húmedo, sin arena en las orillas y troncos o ramas en
descomposición. No es extraño encontrar tanto varias mariposas, escarabajos,
hormigas e insectos nadadores, como fósiles de moluscos, crustáceos y cortezas
de árboles prehistóricos. Quizás eso les suene muy interesante a muchos, así
como a mí… Recuerden lo que les dije, están invitados a conocer y/o recorrer
por estos lares, seas de donde seas, porque la naturaleza es de todos,
y es por eso que se debe preservarla y apreciarla.
Y ahora sí, amigos que han tenido la constancia de
leer cada uno de estos posts, doy paso a la leyenda sobre el origen del
río Shilcayo. Si leyeron la primera publicación de mi blog, ya sabrán la
historia que involucra el nacimiento de este río. Tiempo
atrás, dos hermanos indios (varón y mujer) sobrevivieron
a la carnicería de los españoles conquistadores. Su familia y pueblo
enteros fueron derrotados, de modo que ambos pudieron
escapar. El joven nativo escaló las montañas y, en la cima, dominado por el
desconsuelo y transformado en un toro salvaje, empezó a llorar
inconteniblemente, hasta que sus lágrimas crearon una corriente de
agua, convirtiéndose al fin en el río que en la actualidad no deja
de secarse. Supongo que ahora los que tendrían que romper en llanto y
tomar conciencia de los actos, somos nosotros, los tarapotinos, que día a día
nos vamos quedando sin servicio de agua potable, cuya fuente proviene del río
que nombré hasta pelarme los dedos en estos posts.
Y para ponerle punto final a esta corta
aventura, les contaré el viaje de regreso a casa en unas
cuantas líneas: En nuestra permanencia en la cascada, nos refrescamos,
comimos, bebimos, sólo fotografiamos algo (porque la batería de
la cámara se descargó) y, en un instante que me descuidé y cuando
me había cambiado de ropa, Cayo y Micky me tiraron al agua. A mitad del camino
de vuelta, nos enteramos que mi primo consumía vitaminas para aumentar
el vigor físico. Él mismo nos lo dijo. El dispositivo digital estaba
inservible, por supuesto, así que me fue imposible filmarme mientras subía
padeciendo una cuesta que a la ida era bajada. Llegados a la ciudad, nadie
quiso caminar, por lo que abordamos un motocarro, y minutos
después, sucios y agotados —yo más— topamos la puerta de mi hogar. Con el rabo
en movimientos frenéticos y la lengua afuera, mi perro salió a recibirnos antes
que mi madre.
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