El
15 de Noviembre de 2008 tuve algo planeado en mi lista de destinos turísticos
por conocer, y
nada ni nadie me lo impedirían, ni siquiera los trabajos pendientes de la
universidad y tampoco las quejas de mi madre por no ayudarle en las compras o
la resaca de los desmanes de copas de la tarde anterior. Me propuse
—seriamente— cumplir mi objetivo del día: Llegar a la cima del morro de
Calzada, ubicado a un promedio de 8 kilómetros en línea recta de Moyobamba
(capital de la región San Martín), en el distrito del mismo nombre. ¿Y con
quiénes? Pues, sólo con mi propia sombra. Ningún mortal más sabía
de mi propósito. Estaba muy decidido esa vez a realizar el
senderismo, porque hace como un mes atrás visité la ciudad de
Moyobamba y, con la meta de romper el itinerario de esa fecha, resolví
de, al menos, acercarme a la cumbre del “pequeño” monte. Aunque a
un comienzo iba bien, luego no fue tan sencillo como lo pensé. Al
inicio de mi travesía, tuve la ventaja de que el chofer de un motocarro me
diera un aventón desde la carretera y me ahorrara algo de una hora. Pero
aún así, el tiempo permaneció en mi contra. Mientras me aproximaba a la
elevación de terreno, estimé que no me alcanzaría el tiempo para estar puntual
en mi centro superior de estudios, ya que a las 9:00 p.m. tenía que rendir
un complicado y decisivo examen. De forma que di media vuelta,
apenas llegué a la falda del morro.
Pero ese
sábado 15 lo tenía todo programado y listo. Haciendo un esfuerzo
suicida, me levanté a las 5:00 a.m., con la mentira de que me
solicitaron para un trabajo de fin de semana en un pueblo cercano. Era muy
raro que me vieran u oyeran fuera de la cama tan temprano (sin contar las veces
que regresaba de las fiestas o salidas en grupo). Debía de tener una
excusa de mi madrugada. “Me van a pagar regular”, le dije a mi madre, que
desde las 3:00 a.m. está en actividad cocinando las viandas para su clientela.
“(…) Pero terminas rápido. Necesito que me hagas unos favores. ¡No te
olvides!”, me advirtió tras haber tomado desayuno (creo que pan con queso y té
de anís). “Tranquila, jefa. Tendré más plata para mis gastos
en la U”, me despedí, colgándome la mochila a los hombros y
abriendo la puerta de casa.
Eran
entre las 6:30 y 7:00 de la mañana cuando me retiré. Más de hora y media me había
ocupado en colaborar en algo con la señora de la casa, prepararme y,
evidentemente, comer. El sol ya hace rato que había salido, pero
muchas nubes, que las corrientes de aire las movían de forma desordenada, le
tapaban por momentos, haciendo que nuestro astro rey se viera como una
caprichosa mota luminosa de color ámbar. Me recordaba bastante a los semáforos
en días de lluvia y neblina. Calculo que la temperatura no excedía de
los 27 grados Celsius. Digan lo que digan, en Tarapoto siempre el
clima es cálido; o desde que tengo uso de razón. Como la gente en
mi tierra natal está acostumbrada a sentir calor, cualquier descenso de la
temperatura hasta ser inferior a los 25 grados y superior a los 15, ya unos
cuantos, incluso, tiemblan de frío y mudan ropas abrigadas. Ése, no es mi
caso. Nací calenturiento... En Noviembre, el clima tiende a variar como
en la mayoría de los meses. Dudaba si aquel día habría aguaceros o si el
sol alumbraría tan fuerte hasta quemarme la piel. Además, mi destino
turístico se encontraba a más de 100 kilómetros de mi hogar, y eso hacía más
difícil de pronosticar (adivinar) el tiempo. Y no es por rajar (criticar),
aparte, el servicio meteorológico en mi región se ha ganado la fama de
impreciso. Al fin y al cabo, vivo en una zona tropical.
Llevaba
puesta ropa con la que habituaba salir a la calle (polo, jeans y zapatillas), y
no para darme un día de campo. En alguna callejuela de la ciudad por
donde pasaran pocas personas, me pondría la indumentaria adecuada que metí en
forma de ovillo dentro de mi mochila. Como dije, lo tenía “todo” planeado
para la práctica de senderismo. El día 14 conseguí lo
necesario para mi subida al imponente morro de Calzada: dos botellas con
líquido rehidratante, un pequeño estuche impermeable para guardar el dinero,
una cámara fotográfica de 6.0 Megapixels que también filmaba, lapicero y
cuaderno, entre otras cosas menores. Siempre fui precavido a la hora de
meter la ropa en mi mochila cuando disponía alejarme de casa. Pues, para
prevenirme que no se mojara con la lluvia, con agua de cualquier otro
origen o con el propio sudor de mi torso y espalda, primero la introducía bien dobladas
dentro de bolsas de plástico.
Como
en la Caminata
a la Primera Cascada del Río Shilcayo, la cámara (digital también) no me
pertenecía. Era la de un amigo que me la prestó sin ruegos, pero advirtiéndome
que la cuidara como a un hijo y que se la devolviera máximo a las seis de la
tarde porque la necesitaría con urgencia. Le engañé que la quería para fotografiar las
aulas de cómputo de unos colegios, ya que si posiblemente le decía que
la llevaría fuera de la ciudad por la carretera y haciendo senderismo por los
escarpados terrenos del morro de Calzada, lo pensaría dos veces antes de
entregármela. Nadie está libre de un asalto o un resbalón en una de
sus aventuras de ecoturismo. Ni el más ducho de los viajeros o
caminantes. Todos hemos tenido nuestros momentos de torpeza por más
experiencia se tenga en algo, (deporte, oficio o carrera). Y eso me recuerda a
un vídeo que vi días atrás, en el cual un futbolista falla tres goles rebotando
tres veces el balón en el poste. “¡Qué bruto ese tío…!”, fue lo que pensé, y
otros juramentos más que no puedo —o no debo— expresar en mi blog. Cuido la
lengua… mejor dicho, cuido los dedos.
Algo interesante para guiarse (clic en las imágenes para ver grande):
hola mi estimado caminante , me agrada tu blog ahora lo lei , yo me llamo melvin y estoy ahora en Paraguay , lejos de mi querida banda de shilcayo , yo tengo un hermano con el cual podrian perfectamente congeniar por lo q a el le encanta la aventura ... enviame un mensaje a mi gmail melvin.sda@gmail o a mi msn thecrow7776@hotmail.com...y segui levantando mas blogs sobre la querida selva ...
ResponderEliminarHola, Melvin; así que eres bandino. Qué gusto saber que me lea un peruano paisano desde el extranjero. Eso me llena de satisfacción. Pronto estaré también "paseándome" por el mundo, e iré publicando de los lugares que conozca, pero jamás olvidándome de mi bella San Martín.
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