Para
llegar a la primera cascada de Lahuarpía se tiene que tomar un rumbo contrario
para dirigirse a la segunda y a la tercera. Una vez que el turista,
visitante, viajero, explorador, o como se quiera llamarlo, alcance
la parte baja, es decir, la orilla del río Plantanayacu luego de haber
descendido el sendero empedrado que comienza casi desde la carretera FBT,
tendrá que coger la mano derecha si desea conocer de cerca a la primera caída
de agua, y después retroceder por donde avanzó hasta el mismo punto, e ir ahora
por la izquierda para realizar una visita natural a las demás cascadas. Eso
es lo que hice ese sábado de Octubre, sin la compañía de nadie.
Mientras salvaba metros a la caída más alta
de Lahuarpía, la primera, hallé a una familia disfrutando de un día
de campo, sentada en las piedras de las orillas del río. Los cuatro (padre
y madre con sus dos menores hijos) comían y conversaban alegremente, cada uno
con la ropa de baño puesta. Alcé los brazos y pronuncié unas “buenas
tardes”. Todos me respondieron (los niños con la boca
llena de arroz). Cuando ya me había alejado un poco, oí que los señores reñían
con siseos a sus chiquillos por hablar con los alimentos sin tragarlos
primero… Y tras sólo caminar alrededor de tres minutos por un terreno
arenoso, pedregoso y repleto de desperdicios de las márgenes del río, llegué a
la 01:05 p.m. a uno de mis destinos ecoturísticos, que son regalos de la
Amazonía que todos los peruanos y extranjeros deben conocer. Lo único que
malogra el ambiente o paisaje de esta zona es lo que dije recién: los
desperdicios. Qué lástima que aún la gente no toma conciencia de
sus actos. ¿Qué no son capaces de pensar en las consecuencias que acarrean
la contaminación y el mal aspecto que da la basura en la naturaleza…? Ojalá no
llegue al extremo de ensuciarse las aguas del río Plantanayacu,
volviendo peligroso el ingreso de los bañistas. No se asusten al leer esto,
pues las cascadas de Lahuarpía son aptas para el baño y si te metes, no
corres el riesgo de contraer alguna enfermedad. Los residuos, en su
mayoría, lo comprenden botellas de plástico y bolsas. No encontré nada tóxico…
aún. Pero, ¿y por qué se me vino un aire de pesimismo…? Con más
organismos y campañas a favor del medio ambiente que se ven a diario en el
Perú, creo que habrá cada vez más personas que se preocupen por la ecología.
Además, yo mismo pertenezco a una organización con dicho propósito,
y ésta ha sido bautizada con el nombre de Océanos Verdes, en
alusión a la vasta selva de la Amazonía… Todas las fotos de este
post están en alta resolución; las pueden descargar haciendo un solo clic y en
ninguna se observa desperdicio alguno que estropee la hermosura de la
naturaleza, pues tal vez exageré al escribir que hay tantos. Únicamente las
orillas de la primera cascada de Lahuarpía son en las que el problema se halla
más presente. Incluso, últimamente, han situado unos cuantos tachos más
(de los contadísimos que habían) en los troncos de ciertos árboles o próximo a
algunas rocas.
Frente a la más ruidosa de las tres cascadas,
descolgué mi mochila de los hombros y bebí como medio litro de agua. Las
rocas filosas abundan en torno a la poza que forma la caída, por lo que es
difícil andar descalzo y ubicar un sitio cómodo para recostarse. Luego de
un rato, complací a mi estómago con unas presas de pollo y maduro hervido
que llevé de casa. Tenía planeado bañarme cuando ya haya visitado
las tres caídas de agua, preferentemente en la segunda, dado que ésta es la más
propicia para la natación y el buceo, por el hecho de que su poza es más amplia
y profunda, aparte de que sus orillas son arenosas y por ende excelentes para
estirarse y tomar el sol con el cuerpo mojado. Un verdadero placer, que me
quitaría la envidia que a veces suelo sentir de la muchedumbre que concurre a
las playas del Caribe u Oceanía. Pronto estaría engriéndome.
Primero me ocuparía de sacar algunas fotos, y de nuevo acababa de llegar el
momento de hacer lo mío: Fotografié tres veces al descenso de agua que
tenía delante. Y, a posteriori, di media vuelta para
encaminarme a mis demás destinos de aventura. Cuando vi otra vez a
la familia en las rocosas riberas, casi no creí lo que mis ojos eran testigos;
pues, cada uno de los miembros, juntaba la basura que quedó del
almuerzo en unas bolsas negras, las que luego introdujeron en los
compartimentos o bolsillos extras de sus mochilas. Sin poder contenerme,
les dije: “Qué bueno que haya personas como ustedes”. El padre, entendiendo a
qué me referí, expresó algo que me dejó aún más sorprendido: “Tanto a mí como a
mi esposa, desde casa nos enseñaron a cuidar el medio ambiente, y
lo mismo hacemos con nuestros hijos”. E instantes después, volvió a hablar: “Y
veo que usted, joven, también tiene esos hábitos”. Se había fijado en las
bolsas en las que llevé los muslos de pollo y los plátanos, y que ahora estaban
arrugadas en los bolsillos laterales de mi mochila junto con las botellas con
líquido.
Todavía con las frases del hombre resonando en mi
cabeza, alcancé el punto de división de senderos. Contento
por haber encontrado a seres concienciados por el velar de la naturaleza, seguí
caminando por una ruta “envuelta” de vegetación constantemente batida por las
corrientes de aire del Oeste. Noté que varios ceticos (Cecropia
sp.) y bromelias crecían en los alrededores. El calor se fue haciendo
soportable, y rápido, llegué a la parte más emocionante del camino: un
puente colgante que cruzaba el río Plantanayacu desde unos extremos elevados.
Tomé dos fotos a esta construcción de sogas y maderas, pero cuando
quise filmarlo, la cámara no aguantó y se apagó lentamente. Solté una
maldición y pasé el tambaleante puente con el cacharro en su estuche. Para
ponerle un poco más de emoción a la cosa, atravesé entre brincos y meneos,
arriesgándome a una caída de 5 metros hasta el bajísimo y angosto río. Ya
alucinaba ser Indiana Jones en una de sus aventuras o
escapes. Qué inmadurez y temeridad de mi parte, pero no finjan que los
destiles de adrenalina también no son buenos para la salud… “Un mal
movimiento, el tiro me saldría por la culata”.
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