Consulté la hora en mi celular. Eran casi
las 9:00 a.m. El XIV Festival de la Orquídea 2009, en su tercer
día, ya tuvo que haberse iniciado hace unos minutos. “Porqué se retrasará”,
repasé. La temperatura crecía, mientras que el número de concurrentes
se mantenía reducido. Si todo iba igual, pronto tendría un ataque de
aburrimiento o somnolencia. De forma que para estar activo o en movimiento, reanudé
las tomas fotográficas de mi entorno, la punta de Tahuishco. En primer
lugar me acerqué a una pileta de la que en esos momentos no caían
chorros de agua. La estatua de un hombre desnudo en cuclillas
y sujetando un cántaro estaba en medio de ésta. En una
imagen que encontré en la web, distinguí que de la vasija
salía arqueada el agua y descendía por detrás, o por la espalda de la escultura.
Me pregunto por qué razón la fuente estuvo seca en una fecha como esa,
además de que hacía mucho calor y provocaba mojarse a cada rato. Al
menos los encargados de velar por el ornato de Moyobamba se hubiesen
puesto en el pellejo de las personas que asistirían al acontecimiento cultural
amazónico... Bebí el líquido de la botella que porté y luego me senté bajo
la sombra de unos rosales a esperar. No pasaron ni diez segundos cuando escuché
que alguien gritaba mi nombre. Pero instantáneamente reparé en un detalle:
que, por lo general, me conocían por el apelativo, y no como mis
padres me bautizaron. “Le llamarán a otro”, me dije. Y de sopetón lo
comprobé. Una señora obesa y con cara de bulldog clamaba al guardián
del recinto desde el asiento de un motocarro. El hombre de
gorra y cachiporra corría hacia la sebosa mujer, y nadie más se quedó muy cerca
al portón de ingreso. “¡Te amo, Dios!”, exclamé, un tanto bajo. Había
llegado mi oportunidad de penetrar de manera intempestiva. Lentamente acorté
distancia a la entrada. Cuando alcancé la esquina norte del local, comencé a
caminar a hurtadillas, y atento a lo que sea. Encendí la cámara envuelta con mi
polo para que no se oyera el sonido de inicio. Le quité el modo flash y
fotografié el ambiente interior. Miré atrás por si alguien me pescó.
Gracias al Altísimo, pasé desapercibido. Gracias a Él pude
entrar sin ser visto y ustedes podrán estar informados más a fondo
desde antes de que se diera apertura a la exhibición orquidal ese 7 de
Noviembre en la capital de San Martín, Perú.
Una vez adentro del local, tomé otra foto
sin flash. Pero, para ser más preciso, en realidad me había colado por
la puerta de salida, la de entrada era la de la derecha; y a medida
que continúen leyendo esta historia, constituida por partes, entenderán mejor
lo que quiero decir. Debo admitir que no es la primera vez que tuve el
descaro de cometer ese tipo de ingresos. Hace algo de un mes
atrás —tomando la fecha aquella— que me atreví a efectuar un movimiento
que requería de más sangre fría. Fue el martes, 29 de Septiembre,
en un encuentro
internacional de turismo que se dio en un prestigioso
hotel de la ciudad de Tarapoto.
Que me perdonen los organizadores por evadir el pago de 30 nuevos soles.
Sepan que todo lo que hago, no es sólo para mi propio beneficio, si no
que, siempre pienso en difundírselo a los cibernautas que por “cosas del
destino” encuentran el blog del quien escribe, su fiel escurridizo, digo,
su fiel servidor… A ver si les cuento aquella anécdota. ¿Querrán leerla?
Aunque no, igual la teclearé: Como mencioné, en uno de los hoteles
tarapotinos se ha desarrollado una serie de conferencias relacionadas a la
promoción del turismo como fuente rentable. Durante la mañana del primer
día algunos interesados continuaban inscribiéndose. Cuando aparecí, me
di con la sorpresa de que se tendría que pagar la suma que dije, para poder
escuchar y participar de las ponencias y dinámicas. La señorita de la mesa
de partes, amablemente, me señaló que, como aún se empezaría en la tarde, regresara
a las tres o tres y media con el dinero completo. Eso hice. No
obstante, los soles se quedaron en mi billetera. Había sido tan
sinvergüenza que, en un lapso de descuido de los coordinadores, entré
disimulando que hablaba por el móvil, como si de un huésped me tratase.
Pero, estando dentro de las instalaciones, todavía no pude cantar
victoria. Faltaba vencer la prueba más peligrosa: la comprobación de
credenciales o tarjetas en el salón de conferencias. Al final, resultó más
sencillo de lo que creí. Como este salón se ubica en medio campo (al
aire libre) y es una gran choza acondicionada, me desvié del camino de losa que
se dirigía a su entrada principal, e ingresé por la parte abierta y despejada
de atrás, mientras el cuidador revisaba el cartón forrado de unos jóvenes.
Luego me senté en la última fila de sillas, murmurando contento,
“Misión cumplida”... Las “pruebas del delito” pueden verlas enseguida,
en foto y grabación. Y después de que visualicen el vídeo, les
invito a que culminen de leer esta parte (y el resto también) de lo
sucedido en el Festival de la Orquídea 2009, que, como vieron, me salí un
poco de la secuencia, similar a lo que hice en determinados párrafos
del relato de la Caminata
a la Primera Cascada del Río Shilcayo. Reitero que esto será
habitual en Me Escapé de Casa.
En el interior, el único riesgo que
corría era que alguien se fijara que no debería estar aún ahí y me echara
a patadas a la calle. El pasadizo con paredes de caña brava
cubiertas de afiches, gigantografías y motivos culturales, estaba lleno de
estantes en los que los comerciantes y ofertantes vendían sus productos y
ofrecían sus servicios turísticos (paquetes, hospedaje). A esa hora no
había ni un alma a la vista. Sin embargo, a mi derecha oía ruidos
de escobas rozando el piso y recogedores raspando el mismo, además el retumbar
de tachos metálicos. El personal barrendero, y de aseo en
general, al parecer hacía afanosamente su trabajo en otros ambientes. De
esto fui testigo casi de inmediato. Cuando giré el corredor de mostradores, me
topé con dicha gente. Pero eso me tenía sin cuidado, pues, como
ya conocía la limitada autoridad de esa clase de empleados, ellos se
ocuparían sólo de sus quehaceres y algunos hasta ni les interesaría o ni se
percatarían de un extraño. Y, luego de verificar por unos segundos los
alrededores, seguí caminando con la cámara, lista para la captura de
imágenes o cuadros fílmicos. Amigos(as), qué irónico sonará
lo que les diré a continuación: Las plantas que vi primero en el
Festival de la Orquídea 2009 no fueron exactamente orquídeas, sino otras un
poco más grandes pero también arborícolas, las llamativas y recias bromelias… Me
llevé un fugaz sobresalto cuando advertí a un fornido uniformado. Por
fortuna dormía profundamente sobre una silla. De pronto, tuve
de nuevo un susto instantáneo. Un joven, que no vi porque
estuvo sentado de espaldas a mí, rociaba agua a las orquídeas de un
aparador y pidió que me acercara. Sabía que no sería increpado,
ya que su rostro mostraba simpatía. “Oye, tú pata,
¿quieres que te explique algo de las bromelias y orquídeas que expongo
aquí?”, me dijo cuando llegué a su lado. “Estaría muy gustoso”, respondí.
estoy fascinadA con tu trabajo y con las bellezas de ti tierra este año no me pierdo el festival felicitaciones ers tu quien va vdejar una gran huella en el peru
ResponderEliminarMuchas gracias, estas invitada al festival este año y a disfrutar de mi blog cada vez que desees.
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