
En un día durante la primera mitad del año 2010, a eso de las 6:00 a.m., el quien escribe se despertó ansioso y lleno de energías. Junto con mi hermano, Juan Luis (Juanito), y mi primo, José Carlos (Checa o Cayo), planeamos salir de caminata hacia dos caídas de agua de la Cordillera Escalera, la cascada Vestido de la Novia y Tamushal, ambas formadas por el curso del río Shilcayo. Les recomendaría que lean el post anterior para que se acomoden mejor en el relato y así se eviten vacíos incomprensibles… Bueno, en lo que iba. Nuestros destinos fueron las dos primeras cascadas del Shilcayo, pero no solamente iríamos los tres; una semana atrás Juanito y Checa (alias derivado de Che-Carlitos) habían invitado a otras personas. Y es ahora donde debo presentar a cada una de éstas: Gina Paola, en ese tiempo, la enamorada de mi primo; actualmente convive con ella y son padres de mi sobrina, Camilita. El resto de gente eran todos trabajadores del Instituto de Cultivos Tropicales (ICT), compañeros de mis parientes: Dante (camarógrafo y reportero), María Julia o Maju, Abel (enamorado de esta última), Paquita, y finalmente Meyer.

Auguré sol intenso durante todo el día. Si llovía, era muy probable que lo hiciera por pocos minutos y que no pasaría de una refrescante garúa. Las condiciones climáticas eran las adecuadas para que nuestra exploración de la naturaleza se desarrollara sin percances o contratiempos. Juanito dijo estar tan entusiasmado como yo para la caminata. Checa no tardó en llegar. A apenas un cuarto de hora de despegar los ojos, estuve abriéndole la puerta. Al rato, luego de dejar algunos trastos en su sitio, disfrutamos los tres de un moderado pero delicioso desayuno en el comedor de casa. Y restando aún regular para las siete de la mañana —este blogger con sólo dos botellas con agua en una bolsa—, el trío partió directo hacia el Noreste, hasta detenerse primero en una bodega para la compra de más viandas, y después en el centro o la zona más urbanizada de la ciudad, la Plaza de Armas de Tarapoto. Allí, sentados sobre un muro, esperamos a los demás del grupo, los que a su vez conformarían la mayoría. Gina fue la primera en darnos el encuentro. A una cuadra de la plaza, ésta había aparecido en un mototaxi o motocarro (trimóvil para el servicio de transporte público) al que mi primo, sin olvidar la caballerosidad, tuvo que ir corriendo a pagar la “carrera”. No pasó mucho, y Maju, Abel, Dante, Paquita y Meyer se nos unieron casi seguido uno del otro. Nunca antes había visto a estos individuos, al menos personalmente. Checa, aunque pensé que lo haría Juanito, rompió el hielo, y me los presentó de uno en uno. A algunos ya los conocía a través de fotos, pues de forma casual vi el perfil de Facebook de mi hermano abierto en la computadora de casa, y de ahí fue sencillo la cosa. Cibernautas amantes de la aventura, para qué explicarles más. Quien no me entiende, es porque jamás ha usado la popularísima red social. Muy difícil que eso suceda, ¿no…?






Continuará...
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